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El genio argentino becado por 300 mil dólares en Stanford, la universidad que solo acepta al 5% de sus aspirantes

A los 15 creó una app para personas con dislexia. En 2020 fue al mundial de matemáticas y en 2021 fue finalista del Global Student Prize. “Venía soñando esto hace 4 años”, dice Lisandro Acuña.

“No sé qué va a pasar, preparate para todo”, le dice Lisandro Acuña a su gran amigo Gonza. Es la mañana del 15 de diciembre del 2021, el día con el que soñó durante cuatro años, el día en que la Universidad de Stanford anunciará quiénes serán los alumnos que superaron las exigentes pruebas de ingreso para el 2022. Es casi una utopía ya que no solo busca que lo acepten sino que está detrás de una beca de 300 mil dólares para poder viajar y vivir en la casa de estudios californiana.

En la charla con su amigo ambos sufren con la desesperante espera. Hay una hora estipulada en que el resultado será publicado: las 21. Lisandro tendrá que conectarse en ese momento exacto, ni un minuto antes, para saber qué será de su futuro. Pero antes de eso, deberá superar las angustiantes horas previas y Gonza será clave para que las agujas del reloj salgan del centro de escena.

El mejor amigo de Lisandro llegó por la tarde, pero no fue en bici porque: “Si no entro tal vez te pido que te vayas, te pago el Uber y listo”. Caía el sol y empezaban las horas más largas de la interminable cuenta regresiva. Había que buscar distracciones para que la ansiedad no le comiera el corazón a este adolescente ilusionado.

A los 8 años Lisandro conoció su pasión por las matemáticas. Foto: Varkey Foundation.A los 8 años Lisandro conoció su pasión por las matemáticas. Foto: Varkey Foundation.

“Cociné una torta, fuimos a caminar, y a las ocho de la noche le dije: ‘Che ¿te jode si me voy a dormir?’. Yo ya no daba más de los nervios, necesitaba que pasara esa última hora rápido. Desaparecer y que se hagan las 21″, contó Lisandro a Clarín sobre el momento en que la tensión ya era ineludible.

– ¿Pudiste dormir?

– No, me acosté a las ocho y al ratito me desperté y le dije: ‘¿Qué hora es?’ Eran las ocho y diez. Estaba loco.

Faltaban todavía unos 50 minutos para que se conociera el desenlace de un sueño que había comenzado allá por 2018 y parecía imposible de cumplir por dos motivos. Por un lado la exigencia académica de una universidad de elite mundial. Por el otro, la cuestión económica. El chico de Villa Pueyrredón necesitaba una beca de 80 mil dólares por año para cubrir solamente los costos de Stanford.

Lisandro necesitaba una beca de 80 mil dólares por año para poder estudiar en Stanford. Foto: Varkey Foundation.Lisandro necesitaba una beca de 80 mil dólares por año para poder estudiar en Stanford. Foto: Varkey Foundation.

Pero el filtro de la prestigiosa Stanford no termina en el dinero y los conocimientos. Cada aspirante es analizado en profundidad para ver si cumple los requisitos para ser uno de sus alumnos. Tener los dólares y las calificaciones exigidas no garantiza el ingreso y solo el 5% de los estudiantes que aplican logran entrar“Si alguien te dice que entró a Stanford es porque algo bien hizo”, resume Lisandro.

Historia de una pasión

Lisandro tenía 8 años cuando se enamoró de los números. Escapó de una clase de natación y, mientras esperaba que sus padres fueran a buscarlo, aceptó la invitación a participar de un taller de matemáticas. Desde entonces no paró de buscar desafíos. “A los 12 fui a mi primer competencia internacional, con gente de toda Latinoamérica, gané la medalla de plata”, cuenta sobre su logro en la Olimpiada Rioplatense.

A los 12 años, medalla de plata en la Olimpiada Rioplatense. Foto: Varkey Foundation.A los 12 años, medalla de plata en la Olimpiada Rioplatense. Foto: Varkey Foundation.

Desde niño se preocupó por diagramar su camino académico. Con apenas 10 años se paró frente a sus padres, cristianos muy practicantes, para decirles que quería estudiar en la ORT (un colegio laico con orientación judía). A su vez, en esta familia de clase media trabajadora, el dinero no alcanzaba para pagar la costosa cuota y debían buscar la forma de conseguir una beca.

Fue algo difícil porque mis viejos son muy muy creyentes y cuando les vine con la idea fue una situación extraña. Pero vieron que yo tenía un interés muy genuino en ir y aceptaron apoyarme para tratar de conseguir la beca porque no lo podíamos pagar”, recordó Lisandro.

Stanford apareció en su vida casi de casualidad. “Me enteré que un amigo más grande había entrado en esa universidad, y le escribí para preguntarle cómo era eso porque nunca me había planteado una situación así para mi futuro”. De esa charla surgió todo lo que se vendría después: “Me gustó mucho la idea y de ahí en adelante me quedé con esas ganas”.

La universidad que está estratégicamente ubicada cerca de Silicon Valley, la Hollywood de la tecnología, pasó a ser su gran objetivo. Para cuando Lisandro llegó a quinto año en la escuela, ya nada importaba más que el ingreso a la casa de estudios fundada en 1891. Como si se tratara de un atleta olímpico, el adolescente llevaba 4 años preparándose para ese momento y finalmente llegaba la hora de la verdad.

A los 14, tras una charla con un conocido que estudiaba en Stanford, Lisandro comenzó su sueño.A los 14, tras una charla con un conocido que estudiaba en Stanford, Lisandro comenzó su sueño.

“Fue engorroso“, describe sobre las etapas que debió superar y agrega que lo primero que debió hacer fue investigar qué carrera quería estudiar: “Se llama Simbolic Systems, mezcla computación y neurociencias”. Llegó allí porque “yo ya venía trabajando en el último tiempo en esos campos”.

¿De qué habla Lisandro? De Lecto, una app para ayudar a personas con dislexia, que él y otros tres amigos del colegio empezaron a desarrollar a los 15 años, como uno de los proyectos escolares. Surgió como una ayuda para una compañera del curso que tenía dificultades y hoy, esa idea estudiantil tiene 10 mil usuarios de más de 50 países distintos, que la utilizan logrando que su vida sea un poco más sencilla.

Lisandro Acuña junto a Fausto Fang, Gonzalo Díaz de Vivar y Ulises Lopez Pacholczak, con los que creó Lecto. Foto: Varkey Foundation.Lisandro Acuña junto a Fausto Fang, Gonzalo Díaz de Vivar y Ulises Lopez Pacholczak, con los que creó Lecto. Foto: Varkey Foundation.

Ante el éxito de este trabajo, el chico fue contactado por investigadores en neurociencias: “Fui conociendo a psicopedagogos y neurocientíficos que les gustaba lo que hacíamos y lentamente me invitaron a distintos proyectos relacionados”. Hoy son tres las propuestas (relacionadas con dislexia y discalculia) que está llevando adelante de la mano de especialistas de distintas partes del planeta. “Es algo que me gusta mucho”.

Un líder del futuro

Aunque Lisandro se preparaba con mucha incertidumbre para cada etapa del ingreso a Stanford, sus amigos y conocidos ya sabían que él no tendría dificultades en ser aceptado. Es que los pergaminos le sobran. En 2020 fue representante de Argentina en el Mundial de matemática y el año pasado estuvo entre los finalistas para el premio Global Student Prize, que destaca a los mejores estudiantes del mundo.

Pero ojo que Acuña tiene muy claro que el estudio no es lo único importante y es por eso que dedica mucho tiempo a otras actividades recreativas: “Soy un poco hiperactivo, duermo poco y entreno rugby casi todos los días en el club Manuel Belgrano. Además de la programación me gusta leer, cocinar y andar en bici”.

En 2020 fue representante de Argentina en el Mundial de matemática . Foto: Varkey Foundation.En 2020 fue representante de Argentina en el Mundial de matemática . Foto: Varkey Foundation.

Todo esto, también fue valorado por la universidad: “En Stanford buscan más una figura de líder que alguien que se sabe todo. La filosofía es que las habilidades académicas se pueden aprender, pero hay cosas que son más innatas. Como la personalidad, algo difícil de inculcar cuando ya sos un adulto”.

“Yo tuve que rendir exámenes y me fue bien, pero lo definitivo es cómo sos como persona. Qué proyectos hacés, qué cosas te apasionan, qué venís haciendo en los últimos años y qué cosas hacés porque te gustan. Por eso el proceso es interesante y es amplio, vos podés hacer cosas bien o mal pero después cuando te preguntan qué te apasiona no hay una respuesta, tenés que hablar de tu vida”.

Lisandro presentó ensayos contando su historia, sus logros con Lecto y sus gustos y, superada esa etapa, tuvo una videollamada con un ex alumno. “Me tocó con uno que es argentino. En teoría duraba 45 minutos y terminó durando una hora y cuarto. Le caí bien y un mes después ya me llegó la respuesta de Stanford”.

-¿Qué fue lo peor de la espera?

-Cuando entregué. Tenía todo listo una semana antes, pero lo entregué el último día porque revisé un montón. De hecho entregué y me quedó la duda de un ensayo y al otro día ya tenía 10 cosas que hubiera cambiado. Me prohibí leer pero lo había trabajado tanto que me sigo acordando palabra por palabra, entonces fue un momento caótico.

-¿Cómo fue el momento en que viste la respuesta?

-Hay un sitio donde recibís los resultados, cada aspirante tiene su acceso. Yo chequeaba y me decía que todavía no había novedades. Hasta que por redes anunciaron que el 15 de diciembre, a las 21 de horario argentino, sería el anuncio. Ese día ya desde las 9 de la mañana yo ya estaba re obsesionado.

El día más largo de la vida de Lisandro había pasado. El reloj marcaba las 9 de la noche, era el momento de ver el resultado. El estudiante había solo aceptó que dos personas estuvieran en su habitación en ese momento: su hermana y su amigo Gonzalo. El resto de la familia tenía que esperar afuera y evitar cualquier tipo de reacción o comentario.

“Entré a la página de la universidad y vi que ya estaba la respuesta final. Apreté para verla y me abrió un PDF. Lo primero que veías era la palabra ‘Congratulations’ y ahí ya me largué a llorar, me habían aceptado”. 

Lisandro festejando junto a su hermana y su amigo Gonzalo.Lisandro festejando junto a su hermana y su amigo Gonzalo.

“Muchos pensaban que era obvio que iba a entrar, pero la verdad es que no es fácil. Menos cuando tenés que pedir 80 mil dólares por año para poder estudiar. Yo sabía que tenía chances pero no es que era algo seguro. Fue una locura”.

-¿Y qué pasaba si te rechazaban?

-Iba a estar muy triste durante mucho tiempo. Igual tenía plan b, me iba a poner a preparar el resto de las universidades. Yo sabía que también podía entrar a Harvard, pero mi universidad soñada era Stanford. Era un sueño desde los 14, este era el sueño de toda mi vida.

Después de tanto trabajo y nerviosismo, Lisandro tiene un buen tiempo para descansar antes del inicio del ciclo en agosto. Pero mientras tanto no se va a quedar para nada quieto: “Ahora corto con vos y hablo con el CEO de una empresa que me interesa mucho. También voy a dar clases en ORT como una forma de devolver lo que me dieron”.

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