En diciembre de 2024 viajé a Jujuy para recibir el nuevo año. Pasé tres noches en un hotel muy lindo de la capital, con pileta y flores autóctonas que perfumaban cada rincón.
Afortunadamente, hubo días soleados, así que aproveché las mañanas para relajarme y las tardes para recorrer la ciudad de San Salvador, antes de seguir viaje hacia Tilcara.
Aquellos “momentos pileta” fueron un ritual. La piel mojada, apenas erizada al salir del agua, no tardaba en tomar color ni calor. Cuando el sol quema siento calma, como si me estuviese cubriendo con un manto.
El aroma del solarium era una fusión entre la crema solar, el cloro, y esas flores cuyos nombres desconozco, pero se mezclaban en el aire. Por momentos se escuchaban obreros hablando por lo bajo y alguna cigarrita trepaba el ambiente con su canto.
Mates amargos y calientes, y un libro entre manos: La novia de Sandro de Camila Sosa Villada, una de mis poetas favoritas. Su esencia y lírica poética me atravesaban.
Me sentía envuelta por el agua, la poesía, el calor. Y aunque miles de pensamientos merodeaban en mi mente, intentaba quedarme ahí: presente.
En un mañana de pileta y sol, este poema pequeño e inquieto, ncendió mi cuaderno:
Abro mis piernas
formo una quebrada con mis muslos
dejando ver al fondo un oasis
mi cuerpo es parte del paisaje
el sol se refleja en la pileta
parece una luciérnaga inquieta
nunca el astro rey estuvo tan cerca mío
me recuerda
que el agua también puede quemarme.
***
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Abrazo,
Marie.