Infobae es el único medio presente en el operativo. Cómo fue la trastienda de la misión humanitaria liderada por Solidaire, la ONG de Piñeyro, y qué les espera a las familias ucranianas que llegarán a Buenos Aires el fin de semana.
Anastasia tiene 21 años, campera de jean, el pelo atado, cierta timidez mezclada con melancolía. Vuela rumbo a España y escribe páginas de un diario íntimo. “Es un cuaderno en el que hago listas de deseos”, dice. Lás páginas del cuaderno arrancan con una enumeración de cosas que quiere. Lo comenzó a escribir los primeros días de febrero. La guerra todavía no era una realidad, solo una amenaza. Las listas son largas y avanzan a través de los días sin saltarse ni uno solo. Del 1 al 21 de febrero del 2022, Anastasia escribió todos los días. Pero entonces, el quiebre. La siguiente página salta directo al 20 de marzo, casi un mes después del comienzo de la guerra.
“A partir del 21 de febrero no escribí más, no podía, estaba todo muy tenso y después comenzó la invasión y teníamos que escapar, escondernos, fue todo muy terrible para nosotros y no podía pensar en nada, no podía escribir. Pero en marzo necesité volver a hacerlo”, cuenta.
Aunque los bombardeos comenzaron el 24 de febrero, para ella la interrupción de su vida comenzó el 21. Cuando volvió a enumerar deseos, ya no eran los mismos de antes. Anastasia ahora escribe cosas como “deseo una nueva casa”, “deseo que mi familia siga viva”, o “deseo reencontrarme con mis amigas”. En los últimos días antes de dejar Varsovia, escribió: “deseo conseguir un vuelo a España”. Un día después escribe que se enteró de la posibilidad del vuelo de Solidaire y Open Arms. Anotó los datos, el día y la fecha. Un día después, escribe desde el vuelo, e interrumpe su lista de deseos solo para explicar a este cronista lo que está haciendo. Baja en Barcelona junto a su madre. Sus deseos se van con ellas.
El vuelo sigue a Madrid con más refugiados aún. Sucede a mediados de abril y es el cuarto de los vuelos humanitarios que realizó el Boeing 787 de Solidaire, la ONG fundada y dirigida por Enrique Piñeyro. En coordinación con Open Arms (ONG catalana que hace años se dedica a rescatar migrantes), realizaron ya cinco vuelos y ofrecieron una salida a casi 1500 personas que fueron recibidas en distintas ciudades de España e Italia.
Entre ellas, llegaron a Barcelona una madre con dos hijos adolescentes que acababan de enterrar al padre, muerto en Mariupol, y que buscaban dejar atrás esa vida fantasma que les impuso la guerra. A Madrid una mujer que resistió en Bucha, la ciudad masacrada por los rusos, y ante el fin de la ocupación decidió irse. A Barcelona, un matrimonio que se reencontró en Varsovia: él estaba fuera de Ucrania cuando comenzó la guerra, su mujer y su hijo recién nacido estaban en Mairupol, y pudieron escapar antes de que comenzara lo peor para reunirse en Polonia. Juntos volaron a España por un mejor futuro.
Conforme sucedían los vuelos, tanto Solidaire como Open Arms trabajaban buscando nuevos destinos de acogida para los refugiados. En ese contexto surgió la posibilidad de Argentina. No fue fácil: las diferentes instituciones involucradas se declaraban interesadas en tender la mano a los refugiados ucranianos pero no terminaban de concretar el apoyo.
Las primeras reuniones sucedieron en Buenos Aires primero y luego en la embajada argentina en Varsovia, y tuvieron a Enrique Piñeyro y Oscar Camps como principales impulsores de la acción. Allí presentaron la propuesta y comenzaron las tratativas con la Cancillería Argentina. No es una operación cómoda para el gobierno argentino, que por un lado deseaba ofrecer asilo a las víctimas de la guerra, pero por otro no parecía dispuesta incrementar la distancia con el gobierno de Vladimir Putin. Bajo esa ambiguedad sucedieron las gestiones.
El gobierno nacional, a través de Migraciones, tramitó visas humanitarias para los ucranianos que eligieron viajar a la Argentina. Podía hacerse de este modo o recibiendo a las personas bajo la figura de refugiados. Tal como dicta el estatuto internacional, un refugiado es una persona que necesita protección porque está en riesgo su vida. Aceptar refugiados como tales, en última instancia suponía reconocer la naturaleza del conflicto y asumir el riesgo que instala Rusia sobre la población ucraniana. Algunos interpretan que el gobierno buscó evitar esta definición.
Sin embargo, Juan Carlos Murillo (representante regional del sur de América Latina de ACNUR, la Agencia para los Refugiados de Naciones Unidas), aclara: “la Argentina fue clara con nosotros en que está dispuesta a recibir y otorgar el carácter de refugiado a quien lo pida”. Por lo pronto, la visa humanitaria les permite acceder a un documento y asegura acceso a la educación y la salud.
“Desde ACNUR estamos poniendo en movimiento toda una red de apoyo para necesidades concretas que puedan tener quienes lleguen a la Argentina y articulando con la sociedad civil para dar apoyo con los diferentes requerimientos que puedan surgir. Por ejemplo, si quieren aprender el idioma colaboramos a través de la UBA”, explica.
Desde el gobierno nacional también aseguran que la disposición para recibir ucranianos estuvo desde el principio, y según pudo reconstruir Infobae, fue así. Ya en las primeras reuniones que sucedieron en marzo en la sede central de Cancillería los funcionarios expresaron su intención de ofrecer visas humanitarias a quienes quisieran llegar al país. Además, se montó un operativo para recibir donaciones gracias al ofrecimiento de Solidaire de trasladarlas hasta Polonia.
“Argentina y este gobierno siempre tuvieron una política sensible a los refugiados humanitarios y en marzo se autorizó el ingreso y la permanencia en el país por razones humanitarias de ciudadanos ucranianos, facilitándole tramites y excepciones administrativas para su ingreso, además de activar con ACNUR un programa específico de ayuda humanitaria”, expresaron desde Cancillería. Lo cierto es que, más allá de la voluntad, no hubo ningún tipo de apoyo material a la acción ni movilización de recursos.
Por su parte, la embajada Argentina en Polonia se encargó de comunicar la posibilidad de acogida a las familias que esperaban un destino en Varsovia. De esta forma, primero surgieron cinco familias interesadas. Algunas de ellas, con familiares en el país, llegaron por sus propios medios. Quedaron sin viajar algunas personas con la voluntad de llegar a Argentina pero sin recursos para el pasaje. Allí fue cuando la propuesta de Enrique Piñeyro tomó fuerza y comenzaron a gestionar el operativo, que finalmente comenzó esta semana.
“Tuvimos varias reuniones en cancillería, en la embajada argentina en Polonia… en todas nos aseguraron que estaban interesados en ofrecer al país como lugar de acogida. Y la ventaja que nos dá ser una ONG de acción directa es que con Solidaire podemos activar directamente una respuesta a la necesidad y solucionar problemas”, explica Enrique.
Si bien desde que comenzó la invasión su avión -piloteado por él- se ocupó casi exvlusivamente para trasladar refugiados ucranianos, junto a Open Arms vienen trabajando hace más de un año para el rescate y traslado de refugiados víctimas de otros conflictos armados en el mundo.
“En el mediterráneo están sucediendo migraciones ahora mismo, pero no tienen vías legales y seguras para acceder a este derecho, porque pedir asilo o refugio es un derecho”, dice Oscar Camps, fundador y director de Open Arms.
“Hay otros civiles que están sufriendo la guerra en su país y huyen de la persecución y de la muerte igual que los ucranianos pero no tienen acceso a ese derecho. No tienen vías legales y seguras para migrar y se lanzan al mar en pateras o bien tenemos que irlos a buscar y negociar con gobiernos para que sean acogidos. Pero esto es lo que hay, esta es la solidaridad pervertida que tenemos en este momento en Europa, que es para unos y para otros no, y hay que luchar para que se iguale, para que todos puedan acceder a una salida digna en un medio digno, como es en los casos de estos vuelos”, agrega.
No hay que ir muy lejos para encontrar diferentes crisis. Juan Carlos Murillo repasa algunos de los datos que maneja ACNUR: “Hoy hay 5.7 millones de refugiados ucranianos, y es sin dudas la crisis más veloz desde la Segunda Guerra Mundial, porque todo sucedió en solo dos meses. Pero hoy mismo las dos crisis de refugiados más grandes son la Siria, con 6.5 millones, y la venezolana, con 6.2 millones”, explica.
Para él, la importancia de la acogida en Argentina no es tanto lo que se les puede ofrecer de manera material, sino la calidez con que se suele recibir a los migrantes en el país. “Argentina siempre ha sido generosa y cariñosa con los que llegaban de afuera, y esta capacidad de empatía es sumamente importante para los refugiados, más allá de la situación socioeconómica en la que esté el país receptor”, dice.
Mucho de esa empatía se ve reflejada en los distintos vuelos humanitarios. Cada vez que el avión de Solidaire salió de la Argentina, lo hizo con la bodega llena de donaciones. La última vez, esta semana, despegó con 24 toneladas de alimentos: porotos, lentejas, barras de cereal, leche entera y maní. Son donaciones que juntaron diferentes empresas argentinas y que Piñeyro ofreció trasladar una vez más.
Solo falta una pieza para que la llegada de los refugiados al país sea completa: si algunas de esas empresas hicieran un aporte económico u ofreciera puestos de trabajo (dos necesidades inmediatas para cualquier persona que recibe asilo en un nuevo país), la situación de los migrantes podría ser mucho más favorable. Llegar es tan solo el primer paso, y está a punto de suceder: el fin de semana arribarán al país los primeros cinco refugiados ucranianos. Lo que sigue después -como en toda historia solidaria- depende de que la cadena se refuerce y contagie, y convierta al país en un destino próspero para cualquier ciudadano que quiera habitar suelo argentino.